A Lito Modigliani:

 

Tardé en dar con ellas, pero han salido de mi boca como quien muerde un ángel, para quedarse a unos centímetros del suelo. Me llegaron de madrugada, y ahora que lo pienso, no podían hacerlo de otra manera, así se llega a tu fotografía, con los ojos entreabiertos, para comenzar a mirarla desde adentro.

Una esquina rota, un estanque, una puerta herida de amarillo. Un cielo o un desierto escrito a puño en cualquier hoja de papel. Perseguir la luz y su ausencia. Como quien persigue la cola de un cometa que jamás vio pasar, pero que todavía recuerda. Un verso robado, o la tristeza de un camino donde se nos quedaron palabras de barro que no volveremos a encontrar.

Te maravillas, te obsesionas, te paralizas, te tatúas, te vuelas, te pierdes, te vuelves, te ríes, te ausentas. Técnico y enamorado, juegas a la par. Conoces la mecánica, y ella cabe entre tus manos, que huelen al último cigarro de la tarde. Análogo por ideología, tu mirada pasa del rectángulo al cuadrado y viceversa. Omnipresente, la imagen de lo femenino es un eje esencial en tu obra. 1985  inicia ese viaje a los orígenes. Practicando una fotografía de lo íntimo, la familia es una fiesta a la italiana, una mesa improbable que tiene cinco patas, la que festejas y arraigas con tu cámara. Nirivilo, en un registro diferente, abre un diario propio, donde el duelo escribe un no te olvido, a través de un álbum revisitado. Y cada vez, la filosofía arremete los sinsabores de la vida, poniendo un escudo de madera con tu palabra favorita: espíritu.

Enarbolada y febril, tu voz reaparece con la misma fuerza poética con cada tesoro encontrado, para reanudar el presente en una historia nueva, donde volver a retratar y retratarte con ella.

A ese fotógrafo, es al que yo conozco.

 

Nía Diedla, París, mayo, 2020.

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